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El vendedor de brújulas cerro el negocio.

Érase una vez un viejito encantador.Su incrreíble barba blanca era tan larga, que su extremo se enrollaba en los cansadoa tobillos del anciano. Este señor tenía un negocio de brújulas. Era el más famoso vendedor de brújulas y relojes de toda la comarca. Los marinos le encargaban expresamente astrolabios que, según decían, eran capaces de hacer mediciones incluso en ´días nublados.
Un jóven atontado y carente de experiencia pensó que comprar uno de esos precisos instrumentos de medición le haría encontrar su norte.
Recorrió millas y millas. Atravesó mares, rodeó cabos y recaló en preciosas bahías. Ssufrió bajo el sol abrasador y sintió en sus huesos el gélido abrazo del padre viento.
Cuando llegó ante la tienda del vendedor de brújulas un cartelito,escrito en varias lenguas, rezaba: SE VENDE.
El muchacho se desesperó sobremanera. -No puede ser-decía. Esto es inaudito. Cómo puede ser que ya que he conseguido llegar hasta mi meta, que tanto busqué, ésta no exista.
El muchacho, obcecado en sus pensamientos, volvió a su casa abatido y destrozado.
La búsqueda de su Norte no le había deparado más que una pérdida de tiempo y una preocupación aún más honda que la que tenía cuando no había comenzado su viaje.

2 comentarios

Héctor -

No hay que buscar el Norte. Él suele dejarse encontrar cuando menos lo esperas.
No te preocupes.

alberdigital -

Tio, no creo que esto sea un cumplido, pero tu forma de escribir me recuerda mucho a la mía de hace tiempo. Claro que yo entonces estaba hecho polvo. Un saludo.